En “Detener
la historia”, de Alejandra Solórzano (Editorial Espiral, 2015), encontramos una
poesía femenina que es hermosa, justamente porque no pretende ser poesía
femenina: lo es y punto, lejos de las chocantes impostaciones que han enmarcado
ese concepto. Ejemplo claro es el poema que abre esta colección, con la
categórica referencia a la suicida Evelyn McHale, que nos recuerda algo que
olvidamos constantemente: la vida no es más que una caída con un final que arde
en su certeza absoluta. Final ardiente que, en la segunda sección de la obra, Leer la espuma, pretende redimir la
vilipendiada figura de Malinche, juzgada por los tiempos, juzgada por los
hombres, y cruelmente, juzgada por las mujeres. Leer la espuma, nos induce a veredas en las cuales, de forma
tajante, se nos aclara a la Malinche como un obsequio al que le caerán encima
los ingratos epítetos del reclamo social; igual que a una suicida como McHale,
igual que a una parte aguas como Sor Juana. Destaca, además, en el poemario, la
figura emblemática de Frida Kahlo, que se asoma no por sí, sino detrás de otras
figuras, de otros paralelismos, de ciertas ráfagas para oídos atentos. Tenemos
así, en este poemario, a la mujer que se mata, a la mujer que es sacrificada, y
a la mujer que asume el dolor irremediable.
Aunado a lo
anterior, este poemario es muestra de la madurez reflexiva, vuelta ágil imagen
y profunda metáfora, alejada de los recovecos de la retórica inútil. Qué bella
es la poesía, cuando además de pintar imágenes con vocablos, nos invita a
razonar; no basta la imagen de la fuente, sino que se nos ofrecen las aguas que al
inicio no se distinguen. A esto me refiero:
“Venís
a explicarme, con tus siete años, cómo se lavan las tumbas de toda una ciudad.
–¿Son muchas? pregunto. –Mira el cielo, respondes para dejarme otra vez en
silencio, con mis ojos atados a tus pies diminutos. Me vuelvo pez. Vos también.
Observo cómo embestís la calle honrando con tu trabajo de niño los epitafios
del casco viejo de la ciudad”.
Entonces,
en esas aguas nadamos quienes leemos.
Las
referencias a Euclides, David Hume, Immanuel Kant y John Wheeler, son tan solo
un claro ejemplo de un conocimiento que la autora, con armoniosa plasticidad,
vuelve poesía. Poesía inteligente, apropiada, de la que enseña el pecho sin
temor a la arruga; poesía fina y pensada, para poner a pensar; tremendamente
humana e intimista, que luego se explaya para el abordaje del fenómeno
colectivo. ¿Quién no es adolescente ahora, o lo fue antes, o llegará a serlo?
Entendemos pues, que la historia es la huella humana a través del tiempo, y ahí
queda justificado, por demás, el título de esta colección. Es entonces cuando
lo entendemos, de la mano de Alejandra:
“La
Verdad cualquier adolescente la sabe
porque
es ahí donde el dolor debuta
y
no hace falta entenderlo”.
El dolor es
el motor de esa historia que solo se detiene en apariencia.
Gustavo
Arroyo, febrero 2016.
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