lunes, 9 de julio de 2018

LOS VERTEBRADOS SUCUMBEN A LA IDEOLOGÍA -a propósito de Ideología de los vertebrados, del escritor Mauricio Ventanas (EUNED, 2017)-

A manera de introito, y sin querer incurrir en la frivolidad del spoiler, tenemos que el autor empieza su recorrido con una tesis alternativa sobre la muerte de Abel, el niño bueno del Génesis. Es evidente la intencionalidad de remitificar el mito, o desmitificarlo de cuajo, con una suerte de oscuridad macabra, cruda e innovadora.

El elemento macizo de este cuentario de Mauricio Ventanas, su rasgo de identidad, es el hecho de relacionar, de forma sui generis y elegante, a los seres humanos con otras especies de vertebrados, para luego perfilar el caballo de batalla: las vértebras son sinónimo de derrota, y como ser vertebrado “mayor”, el humano es el exponente de la derrota absoluta. Veámoslo así, en la derivación del mismo autor: “La historia en realidad es una red inmensa de bifurcaciones que se abren cada vez que uno parece morir, da marcha atrás por aquel camino cerrado de la inexistencia, olvida el final y sigue viviendo en otra dirección del tiempo. Eso es, básicamente, para los que puedan recordar”. Una forma depurada de expresar el concepto de derrota perpetua.

La vida humana es un ritual de comunicación mayormente infructuosa; primero, por las toscas limitaciones para traducir pensamientos en palabras, luego, para compartir esas palabras que son poco menos que cartuchos vacíos. Pero en ese afán de intentarlo, el ser humano envía claves a los seres que comparten los rudimentos de la espina dorsal. Eso hace Mauricio en esta obra: enviar códigos de comunicación a vertebrados no humanos, para tratar de comunicarse con los vertebrados humanos; un diálogo de entidades cruzadas. Veamos: “El cantinero le descuelga lo que resta de su vencida mirada: ‘Fue en defensa propia’, intentando descifrar esa extraña comunicación instantánea que suele surgir en las condiciones más inusuales entre el ser humano y cualquier otro vertebrado”.

Realmente conmovedor y fino, resulta el relato Basuremia; historia de un vertebrado que asume la epifanía y/o la alucinación, y como labor vital renuncia “evangélicamente” a todo, con el fin de rescatar libros de Heidegger de todos los basureros del mundo. Ustedes dirán: el tema ancestral del diamante entre el carbón; yo les contestaré: sí y no. Porque el vertebrado desciende hasta los abismos, con el fin de incendiar la derrota, y regresa moralmente inválido: doblemente derrotado, a través del tamiz de la ansiedad materializada; aquí el diamante se derrite. Es en este relato que se encuentra una de las frases más bellas que Mauricio teje en su cuentario, bella por reunir, en una misma sangre, el filo de la simpleza y el sisma de la profundidad: “Reímos un rato y pensé que tal vez no es tan necesario entender a Heidegger para ser feliz; solo buscarlo un rato en los basureros, donde tantas otras cosas se pierden igual, de la manera más incomprensible”.

Observamos la preocupación filosófica, tejida en el cuentario, con la habilidad de quien logra la puntada sin enseñar nunca la aguja. El ser filosofa desde su condición vertebral, lo que hace presumir diferentes tipos de actividad intelectual especulativa, a partir de diferentes tipos de vertebración, lo cual, aparte de innovador, resulta incendiario. Si no es así, qué sentido podría tener el juego de Mauricio: “Tengo una vértebra; luego, existo. Luego soy esta cosa erecta que transita la tierra en busca de una presa, un refugio, una rama, un berzo”. El ser humano no es esa única cosa erecta que se mueve en el planeta. El tema da para antologías.

A manera de epílogo, la poesía del cuento final. Una reflexión sobre la necesidad de la escritura, que no es garantía de su posteridad ni de consecución alguna. En “Reminíscides” el autor narra a través de la poesía, y hace suyo el problema existencial de la escritura. Logra entonces fuego a partir del humo, un fuego abrasador pero silencioso: “Si no quedara nombre sobre nombre, ni el desagravio de alguna memoria; si no nos salvaran las fiestas, los desfalcos, los malabares de un buen subterfugio legal, ni los hijos, ni los orgasmos, las iglesias, los puentes, las cartas y las bibliotecas… repletas de poemas, ¿habrá estado bien? ¿Habrá sido útil? ¿Habrá sido suficiente?”.

Desde luego, la respuesta nunca llegará.

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